“La democracia debe guardarse de dos excesos: el espíritu de desigualdad, que la conduce a la aristocracia, y el espíritu de igualdad extrema, que la conduce al despotismo.” -Montesquieu
1 de septiembre 2022
Gobernar en una democracia no es cualquier cosa. Siempre hay que estar atentos a la magnitud de las consecuencias que cada decisión puede desencadenar. La democracia es un régimen frágil, pues puede convertirse en la peor pesadilla para los gobernados. Entre 1895 y 1919 Perú fue víctima del exceso del espíritu de desigualdad, pues aquellos con mejor conocimiento y preparación económica se tomaron el poder. Aunque los líderes fueron elegidos democráticamente, es decir por la mayoría, se acentuaron las desigualdades sociales y económicas dentro de la sociedad. Los gobernados cedieron su confianza a aquellos con mejor preparación, con el apetito de obtener desarrollo, industrialización y equilibrio económico. Sin embargo, Perú obtuvo todo lo contrario: desigualdad, discriminación y explotación. Mientras la toma de decisiones, la comodidad y la riqueza quedó en manos de aquel circulo reducido “con el mejor conocimiento”; la clase media y baja carecía cada vez más de bienes y servicios vitales. Ahora bien, el actual presidente del Salvador, Nayib Bukele, puede ilustrar cómo el espíritu de igualdad extrema conduce al despotismo. Bukele fue elegido presidente en el 2019 después de inscribirse en diferentes partidos y usar la política como un vehículo para llegar al poder. En sus discursos ha sido particular la referencia a la seguridad social de las personas. Es decir, todo lo relacionado con el acceso a la salud, educación, servicios como agua potable, entre otros. No obstante, hoy recibe críticas de autoritarismo y abuso de poder. Bukele ha tomado decisiones que han puesto en tela de juicio el cumplimiento de derechos humanos, como es encarcelar personas arbitrariamente o amenazas a la prensa para su silenciamiento. También ha tenido comportamientos como la declaración de Estado de Sitio para tener más libertad y espacio en la toma de decisiones. Es así como la sociedad salvadoreña ahora enfrenta pesadillas con el abuso de poder cuando buscaba la reducción de desigualdad social y económica. Para continuar, es necesario saber que la democracia se entiende como un régimen en el que la mayoría decide quién va a gobernar. Según Bobbio, el principio de mayoría y democracia son sinónimos.
Por otro lado, también se puede entender la democracia como el régimen de los más. De acuerdo con Aristóteles, la democracia es el gobierno de los más (no en cantidad numérica). Usualmente los pobres, pues son ellos la mayoría. La aristocracia es el gobierno en el cual los más sabios gobiernan, los que más saben, los que están más preparados. La oligarquía es la degeneración de la aristocracia que busca conservarse en el poder y concentrarlo entre ese circulo reducido de los más sabios. Como ocurrió en el Perú. La libertad se puede entender como el dominio interno de la conciencia. Por último, el despotismo es aquel gobierno en el que la autoridad actúa de manera independiente, de forma arbitraria y sin interés a los límites que impone la ley. Ahora, como dijo Montesquieu, la democracia debe guardarse de los excesos. La delgada línea para llegar a una aristocracia o el despotismo es muy delgada, y en cualquiera de ellas el más afectado es el demos. El pueblo. En la siguiente disertación hablaré de la aristocracia desde Platón y Aristóteles, pues estos dos ilustres apoyaban fielmente el gobierno de los más sabios, porque “el estadista es el reflejo de los gobernados”. Por lo tanto un estadista sabio significa un pueblo sabio. Sin embargo, no todo puede ser perfecto. Existe la mutación y la degeneración de las ideas si no hay equilibrio o mesura. Lo que puede terminar en la concentración del poder y la riqueza por unos cuantos, dejando de lado la esencia del demos y el kratos. Por otro lado, también hay que limitar el deseo por la igualdad. Si bien en un mundo ideal todos los individuos deberían ser iguales o tener igualdad de condiciones, las sociedades son mucho más complejas que eso. Los individuos se caracterizan por, justamente, su individualidad y en ella, su libertad. Para obtener cierta igualdad de los gobernados, el gobernante debe tomar decisiones que eventualmente llevarán a que se salga de los límites de lo aceptado o contemplado social, económica o jurídicamente. Ya aquí no solo tiene un poder enorme al poder sobrepasar todo, también, naturalmente, desarrolla cierta arbitrariedad que atenta en contra de los gobernados y que logra alimentar su exceso de poder. La perspectiva de Mill sobre la libertad logra esclarecer un poco cómo la libertad para la toma de decisiones logra transformar a un estadista en un déspota. El convencer a la sociedad de reducir sus libertades para la protección de todos logra que cedan el poder al soberano, dando lugar a la modificación de reglas sociales y jurídicas. Así, el gobernante tiene exceso de poder y los gobernados libertades limitadas.
I) El espíritu de desigualdad, que la conduce a la aristocracia,
Como bien se sabe, la Grecia antigua fue la cuna de la democracia. Platón no estaba muy de acuerdo con la democracia, pues consideraba que esta lograba hacer que los intereses y las ideas mutaran. De tal forma que lo que recibiera el estadista sería una versión alterada de los verdaderos intereses de la sociedad. Es por ello que Platón consideraba que un Estadista debe ser inteligente y educado. Debe ser un sabio. Al tener una educación trasversal y diversa, el Estadista está listo para tomar las mejores decisiones. Además, un hombre educado practica la virtud y esa es la justicia y la sensatez.
Sin embargo, es gracioso en cuanto es contradictorio. Platón confiaba en la mesura ante el deseo humano, aún cuando enfatizaba mucho en la necesidad de regular los excesos. Así como los intereses de los gobernados mutan, también los intereses del estadista. Aristóteles puede lograr aclarar el punto. Un gobierno no necesariamente se define por una regla procesal para el ejercicio del poder. Es decir, no es cuántos gobiernan, sino cómo gobiernan. En este orden de ideas, la esencia de un gobierno es su calidad, no su cantidad. Lo que puede terminar en la concentración del poder y la riqueza por unos cuantos.
Llegar al poder y conservarlo no es fácil. Incluso Machiavelli en El Príncipe insiste en que cuando el príncipe llega al poder su misión es conservarlo, independientemente de las decisiones que deba tomar o a quien deba arriesgar o perjudicar. Conservar el poder requiere de cierto nivel de egoísmo. Además, la multitud es inconstante y vana. Los hombres obrarán por necesidad, mas no por el deseo de igualdad; y los reyes no deben compararse para ver si se ajustan o no a una multitud regulada por leyes, porque entonces no dominan con soberbia ni sirven con humildad. Es decir, solo aquellos hombres correctos e interesados guiarán y darán forma a la sociedad, aún cuando esto indique el sacrificar o perjudicar al otro. Lo importante es el individuo y la conservación del poder. Si la democracia no se cuida bien del exceso del deseo del poder y la riqueza de sus gobernantes, puede terminar en una oligarquía.
II) El espíritu de igualdad extrema, que la conduce al despotismo
Lo que diferencia a una democracia de otras formas de gobierno no es el hecho de que su poder se basa en la mayoría, o que es el reinado del número. Es, más bien, su cualidad única de tener el sufragio universal. A través de la historia y los diferentes movimientos sociales se ha buscado instaurar cierta igualdad en las sociedades. No obstante, parece que por querer hacer más se hace menos. No hay que irse tan lejos. Recientemente se ha visto una decadencia en la democracia. ¿No se supone que si tenían más libertades los individuos la aprovecharían más? Al parecer no, pues ha habido un aumento de gobiernos autoritarios, es decir del poder individualizado y personalizado.
Mill expresa que “tan pronto como la humanidad alcanzó la capacidad de ser guiada hacia su propio mejoramiento por la convicción o la persuasión, la compulsión, bien sea en la forma directa o de penalidades, no es ya admisible como un medio para conseguir su propio bien, y solo es justificable para la seguridad de los demás”. Es decir, llegó un momento en el que la sociedad le pareció mejor la distribución del poder y la revocación del cargo cuando se considerase necesario. Pero se llegó a pensar que hubo una atribución excesiva a la importancia de limitar el poder, entonces no se limitaría a sí misma. Sin embargo, la sociedad es dinámica. Las reglas de conducta cambian. El ser humano siempre ha sido susceptible emocionalmente a preferencias o aversiones, ya sean de dioses o señores temporales. “La intolerancia es tan natural a la humanidad en aquello que realmente le interesa”. Es justamente por ello que, al haber un líder carismático o simpático que insinúe la protección de todos los individuos, haya una creciente inclinación a extender indebidamente los poderes de la sociedad sobre el individuo. Ya no solo por la fuerza de opinión, sino por legislación.
“El único fin por el cual el poder puede, con pleno derecho, ser ejercido sobre un individuo contra su voluntad es evitar que perjudique a los demás”. Bajo este tipo de discurso o insinuación por parte del gobernante, los individuos cederán su libertad, otorgando la libertad al gobernante para excederse y actuar bajo su criterio. Siendo así, el deseo de igualdad excesivo en una sociedad degenera en un líder súper poderoso, que se respalda bajo la premisa “evitar que se perjudique a los demás”, justificando su abuso de poder y acciones que se encuentran fue del marco de la ley. En conclusión, la democracia es frágil como un vaso de vidrio. Por querer más se termina logrando menos. Ceder el poder a unos cuantos con capacidad intelectual para tomar decisiones puede ser beneficioso, pues son ellos los que saben. Pero la ambición por el poder y la riqueza no es inevitable y puede ocurrir en cualquier momento. Lo que se consideró como lo que puede conducir al mejor de los mundos posibles, termina en la necesidad de conservar el poder y la riqueza que se tiene, sin importar las desigualdades. “El poder absoluto corrompe absolutamente”. En cualquier momento una aristocracia pasa a ser una oligarquía. De igual manera, el deseo excesivo por la igualdad de condición de los individuos los convence de ceder su libertad para “la protección de todos y no perjudicar a nadie”. Dando lugar a la aceptación de la extensión del poder indebidamente de manera social, económica y jurídica a un líder que de cualquier forma logró permear el consiente colectivo. El poder que ahora concentra el gobernante es el mismo que le corresponde dictar, pero bajo sus intereses y criterios. En este marco las libertades de los individuos y la toma de decisiones son más probables de ser perjudicadas por la voluntad de aquel que tiene el poder. Para evitar la degeneración de la democracia es vital que los gobernados se sumerjan en el mundo de lo político, conocer los personajes políticos, entender cómo funciona y se desenvuelve. Ceder el poder es simple, pero quitarlo no.