¿Elitismo o populismo : cuál es el mayor peligro para las democracias contemporáneas?

Cuando llegué a Colombia de Canadá en el 2019 lo primero que escuché fue que Iván Duque era el continuismo del Uribismo, que es lo mismo de siempre. La mermelada. Sólo los que tienen dinero y reconocimiento y que se relacionan estrechamente con los altos mandos eran los que podrían ejercer y deliberar en la democracia. En Colombia, en Canadá, en Argentina, en cualquier lado. Si estaban preparados o no para el cargo es otra historia. El punto es que para poder deliberar, ejercer o tomar decisiones vinculantes debo estar estrechamente relacionada con alguien que ya haya venido ejerciendo funciones de este tipo. Con alguien de la élite. El poder y la deliberación va de arriba hacia abajo. Se construye verticalmente. Así de simple. Meses después, cuando le dije a mi familia que quería entrar a la Universidad del Rosario me dijeron que era una universidad elitista. Sólo los hijos o relacionados con Ministros, Magistrados y sectores de la alta sociedad estudian en esa universidad. Porque de ahí salen preparados para gobernar. Gobernar es un arte que no se puede dejar en manos de cualquiera. Me vendieron la idea de que sólo si estudiaba en el Rosario podría aspirar a un cargo público, pertenecer a la sociedad, participar en ella, ejercer, deliberar. Porque el poder es un privilegio que se centra en unos pocos y esos pocos tienen lo que los demás no tienen: dinero y reconocimiento. A grandes rasgos, cultivaron la idea de que la democracia entonces es un régimen en el que hay libertad de expresión, derechos fundamentales y participación, pero esos son solo extras. Lo importante es la deliberación, en la deliberación está el poder. Un poco autocrático para ser una democracia. Pero la democracia no es solo eso, también hay pretensión representativa y participativa. Esos son los pilares más importantes. Claro, también hay elecciones, sufragio universal, alternancia en el poder y control político. La elite es un grupo exclusivo, minoritario, usualmente se caracteriza por tener poder político y riqueza. Y el populismo no se puede quedar atrás. La democracia no existe sin el demos y el populismo se apodera de esto. Del poder del pueblo. El populismo, según Laclau, es la autoidentificación de los ciudadanos como pueblo que se oponen a una minoría con referente negativo. Usualmente las élites. Aunque dentro del populismo logra entrar un representante carismático, un líder, quien se encarga de configurar las demandas como las demandas del pueblo. Ahora bien, ¿qué es más perjudicial para la democracia? ¿una élite exclusiva o un pueblo excluyente? Desde un principio la élite no es compatible con la democracia. La democracia busca instaurar un tipo de igualdad de condición. La élite es todo lo contrario. La élite se considera y auto percibe como superior o mayor a la población, tiene más derechos, trabaja en lugares que otorgan valores y por lo tanto, es digna de recibir mayor reconocimiento. Gaetano Mosca estaría de acuerdo con que siempre va a haber un grupo reducido organizado que sepa controlar las multitudes desorganizadas. Es inevitable. Por lo tanto, una élite siempre estará en el poder, permeando las decisiones con sus intereses y actuando en aras de satisfacer sus deseos. A pesar de que la democracia cree en un sistema igualitario para los individuos, a la hora de deliberar y ejercer, esa igualdad no se va a ver reflejada. Pero eso no es culpa necesariamente de la élite, hay sectores de la población y dentro de la representación que tienen más influencia o poder. Siendo así, los vicios dentro de la deliberación, participación y representación gravitarían alrededor de que el que toma decisiones es gracias al poder que tiene; el que participa es aquel que tiene los medios para hacerse sentir; y el que representa es aquel que ha reunido los intereses de grandes masas o unos cuantos. Al final, es un juego de poderes que excluye a gran parte de la sociedad. El populismo tampoco es perfecto. No es tan democrático, en cuanto busca expulsar al adversario fuera del cuerpo político. Entonces la participación y representación es limitada. El populismo no es necesariamente una herramienta de la oposición, pero suele usarse por la oposición de un gobierno, pues en una democracia son ellos la minoría. Por lo tanto, las demandas que se configuran dentro de un grupo o cuerpo populista son demandas que aluden a la minoría que no está en el gobierno y se le está impidiendo que actúe. He ahí la raíz de discursos polarizantes que ignoran o rechazan los intereses de otros aquellos que no pertenezcan al pueblo o no se consideren parte de esta minoría. El populismo busca instaurar la soberanía del pueblo y la representatividad por medio del discurso y el movimiento de masas. La división dicotómica de la sociedad gracias a los discursos y la configuración de necesidades que requieren una respuesta inmediata tienen una consecuencia más profunda en la democracia, en cuanto logran fracturar tejidos sociales y políticos debido a la ambigüedad, cantidad y calidad de estas demandas. Es decir, la representación del pueblo como uno solo no logra enfocarse en las necesidades específicas que está demandando; la participación es excluyente en cuanto los discursos polarizantes dividen intereses e intenciones y, por lo tanto, la deliberación se materializa en un discurso.

La democracia ha creado esta idea colectiva de la igualdad. En el sufragio universal, en la integridad jurídica, en la igualdad social. La democracia es un régimen imperfecto, como todos los regímenes y por lo tanto no es color de rosa todo el tiempo. Influenciado por los textos de Macchiavello, Gaetano Mosca divide muy bien la idea de lo que es y lo que debería ser, lo que funciona y cómo funciona. Mosca reconoce que la democracia es un régimen que vende la idea de una utopía. El sufragio universal abre la oportunidad de votar a todas las personas, ahí hay igualdad, pero el peso social no es igual. A la hora de tomar decisiones se refleja la desigualdad de condiciones, intereses e intenciones. Y no sólo se queda ahí, también está en la representación. La fuerza que tienen algunos individuos, partidos o élites para influir dentro de la representación y deliberación democrática es impresionante y muy desigual. La élite posee recursos como poder comprar votos, articular nuevos vínculos con facilidad y crear discursos ambiguos. Este último no es único de la élite. Lo que destaca a la élite dentro de todo es su capacidad para organizarse. Aunque su autopercepción y complejo de superioridad hacia los demás es muy excluyente, cuando las elites trabajan lo hacen por razones específicas y claras, algo que no pasa con los movimientos en masa que genera el populismo. Schumpeter considera, incluso, que los políticos que acceden al gobierno lo hacen a través de procedimiento competitivo arbitrado por el sufragio universal. Entonces la democracia es minimalista y se limita a que, no es el gobierno del pueblo sino que los gobernantes se hacen elegir. Es un tipo de oferta y demanda. Hay que conocer la demanda para organizarse. Es la representación de los notables. Es un juego de poderes; pero así funciona la política. No debería ser así, pero es así. Esto ha ocurrido siempre. Claro, hay que minimizar que la democracia se llene de vicio. Los vicios dentro de la deliberación, participación y representación gravitarían alrededor de que el que toma decisiones es gracias al poder que tiene. La elite puede mutar a una oligarquía. El que participa es aquel que tiene los medios para hacerse sentir. La apropiación de los canales de comunicación y participación: jóvenes, plataformas. Y el que representa es aquel que ha reunido los intereses de grandes masas o unos cuantos. La élite trata la representación como un contrato, “tú me eliges, yo te exonero”. No tan así, pero si funciona así. Y aunque no se quiera, aquellos que gobiernan en democracias son élites, tienen dinero, poder y reconocimiento. Entonces es algo que ya pasa, ya existe, en menor grado en algunos países. El elitismo no es compatible con la democracia, pero y de acuerdo con el realismo, los individuos son movidos por sus intereses, por lo tanto, buscarán los medios para satisfacerlos.

Por otro lado, el populismo no es muy alejado en cuanto también vicia pilares de la democracia. El populismo crea la imagen y autopercepción de un grupo de individuos minoritario como pueblo. Usualmente es la oposición quien indica que se le está impidiendo que actúe. La unión de esta masa de personas, unidas por una causa en común es la no satisfacción de necesidades que requieren atención inmediata. El fin de esta unión es expulsar al adversario del cuerpo político porque no sabe ni conoce las necesidades del pueblo que fue quien lo eligió. Dentro del populismo encarna la idea de la soberanía del pueblo, pero no el principio mayoritario. Porque no son la mayoría, pero quieren mostrar que lo son. El pueblo se limita a grupos de personas con determinadas características que buscan algún tipo de representatividad dentro del gobierno que no los representa de ninguna forma. Al articular los discursos para los movimientos en masa al final se configura un tipo de división dicotómica de la sociedad. Es diversamente excluyente y ambiguo. La descomposición de los actores dentro de la sociedad dificulta la recolección de intereses colectivos, fracturando tejidos sociales, políticos y económicos. La participación también se vuelve algo excluyente en cuanto los discursos polarizantes dividen intereses e intenciones y, por lo tanto, la deliberación se materializa en un discurso que se resume en un “sí, de acuerdo, hay que actuar”. Y eso es todo. El populismo además de que no tiene una relación clara entre el pueblo y el vocero o líder, convence al pueblo de que existe, crea la idea del pueblo. Pero la democracia ya en sus raíces contiene al pueblo, el demos. La consecuencia del populismo es su connotación peyorativa, que alude a un demos superficial excluyente creado por sesgos sociales y económicos. Eleva el mecanismo mayoritario a un valor majestuoso cuando no es más que un artífice técnico. Idealizan al pueblo dentro de la imagen que crearon. El populismo alude al pueblo como esa cadena de equivalencia de necesidades que ahora se ha transformado en demandas. Aunque en todo régimen hay dosis de populismo, masas y lideres. El populismo también logra permear la esfera del autoritarismo en cuanto busca la neutralización de adversarios, la manipulación en masa y estructuras cognitivas cerradas.

Dentro de todo, las élites ya son parte de la democracia y de cualquier régimen. Siempre están presentes. Hay que evitar el sesgo y vicio de las élites para que no se vuelva una oligarquía, sin embargo, la presencia de las élites es imposible de remover. Esto también es debido a que la configuración de la sociedad facilita que estas personas se sitúen en cargos altos de poder e influencia. Por otro lado, el populismo no es una ideología, es una configuración determinada de un discurso que busca movilizar masas. Pero las movilizaciones y los discursos polarizantes que lo componen logran fracturar y atomizar la sociedad de acuerdo con sus intenciones, intereses o preferencias. Siendo así la representación atomizada en una sociedad compleja no es efectiva ni igualitaria. Más bien es todo lo contrario. Una sociedad fragmentada y polarizada no permitirá la deliberación y representación pertinente, la toma de decisiones se limitará a esa elite o grupo pequeño que se supo organizar y llamar la atención de aquellos en el poder. Los movimientos en masa no garantizan el cumplimiento de las demandas. Por lo tanto, el populismo fractura y atomiza el pueblo en vez de mantenerlo unido, también idealiza la idea del pueblo, pero el pueblo ya ha existido, ya existe. La manipulación del símbolo del pueblo tiene tintes autoritarios que las masas pueden digerir fácilmente y convencerse de ello. Las elites no son del todo perfectas, pero dentro de todo su organización logra ser menos caótica y más digerible para la democracia.