3 de septiembre de 2020
A través de diferentes periodos históricos, el poder, definido como la capacidad de influenciar pensamientos y comportamientos a nivel colectivo, se ha construido predominantemente mediante la imposición de ideas de carácter político, religioso y social. Por un lado, el ejercicio puramente político juega un rol determinante al imponer orden y autoridad en una sociedad. Por otro lado, los hábitos y costumbres influenciados por creencias religiosas y jerarquías sociales no solo gestan una identidad colectiva, sino además instauran y dan forma a las características culturales propias de una sociedad. Un ejemplo sólido y contundente de cómo la esfera del poder religioso y la esfera del poder político facultan transformaciones profundas en una sociedad se puede encontrar durante la XVIII dinastía egipcia con el faraón Akenatón. Una de sus estrategias consistió en instaurar un cambio fundamental en la sociedad al pasar de una tradición politeista a una monoteísta en la que el mismo Akenatón se atribuyó un rol sagrado. En esta sociedad el papel político y religioso eran dificilmente distinguibles. Estas medidas permitieron el desarrollo de sus ambiciones de poder y control sobre la sociedad egipcia las cuales tuvieron consecuencias incluso a nivel geográfico, tras el traslado de las capitales de Menfis y Tebas a Ajenatón, actual Amarna, aproximadamente durante 1342-1336 AC.
Otro aspecto relevante del ejercicio del poder es su capacidad de operar de manera indirecta. A diferencia de la civilización egipcia, en la Dinastía Ming, que tomó lugar del año 1368 a 1644 AC, el poder se basaba en la distinción social. La familia real y la alta burguesía constituyeron la máxima jerarquía social, separadas de otros sectores considerados inferiores en las cuales se encontraban comerciantes y artesanos. El poder entonces se ejercía indirectamente por quienes ocupaban altos lugares en la pirámide social. Esta élite social era la única con acceso a educación y además caracterizada por tener gustos particulares y modales corporales sofisticados. Este exclusivo sector social desarrolló una creciente intolerancia hacia patrones de clases inferiores, alimentado por manuales de conducta como dicta “La importancia de lo superfluo”. Gracias a este tipo de estrategia, la Dinastía Ming logró mantener una clara distinción social y cultural.
La XVIII civilización egipcia y la Dinastía Ming ilustran cómo la construcción del poder requiere, además de escenarios puramente políticos, escenarios sociales, donde los individuos son sometidos a su propia voluntad pero la sistemática de conductas es suficiente para encauzarlos y ordenarlos. De esta manera se ha construído el poder en diferentes sociedades a través del tiempo.