2 de marzo de 2020
A Platón le parecía inevitable la conexión entre la política y la moral. Si se entiende que la política se funda bajo la idea de valores humanos encadenados que definen lo ético; entonces, a partir de ella, se instauran los límites de lo bueno y lo justo. Platón llama esto la salud del alma. Así, un estadista articularía y vigilaría las conductas éticas y morales de los hombres. Para ser un gobernante, Platón expone características particulares como: tener una formación íntegra para entender y reconocer las virtudes morales e intelectuales; lo bueno y lo justo. Platón, entonces, ve en el estadista un médico del alma.
Principalmente, Platón considera que el estadista debe tener una educación política, intelectual, moral, artística y dialéctica para que logre identificar qué es el bien, y cómo debe manipularlo con el fin de instaurar orden sobre los ciudadanos. Debido a que el conocimiento y el poder descansan en las manos del estadista, aquel gobernante con vacíos en su educación enfermaría al pueblo con ignorancia e ideas poco verídicas; por lo que no se gobernaría con el fin de asegurar el bien de los gobernados, sino del provecho propio. En la sociedad, además, se vería reflejada la conducta del estadista. Es decir, el estadista debe saber enseñar y aplicar su conocimiento en el arte de lo político, y en los valores determinados que encierran lo bueno y lo justo.
Ahora, para evitar que recaiga la definición del bien y la justicia sobre el estadista, él debe ejercer la sabiduría, la valentía, la racionalidad y, lo más importante, la moderación. Estas virtudes se poseen como una sola y de manera entera. Solo así, el estadista es capaz de implementar una justicia sin excesos ni corrupción, siendo sabio con sus decisiones y asegurando el bien de los gobernados de cualquier manera. Platón considera al filósofo-rey como el único capaz de construir una sociedad virtuosa, feliz y perfecta debido a sus claros conocimientos y conductas que abordan la ética y la moral.
En conclusión, la educación del estadista debe ser completa para asegurar la instauración del orden en la sociedad por medio del bien y la justicia. Así, el verdadero gobernante podría cuestionar la mejor manera de moldear la ética y moral de los ciudadanos, pues todos son depositarios de la virtud. Esta habilidad y ambición de formar hombres buenos, justos y felices funda al filósofo-rey, al médico del alma.